Existe en la ciudad de la furia un lugar donde hay pájaros y árboles, y senderos y un secreto. Un lugar donde el arrullo del agua calma el alma, que se escapa del cuerpo y se enreda gustosa entre las ramas y las hojas afelpadas de la planta que indica que estás en lo verdadero. Hay una vida que transcurre, sigilosa e impasible, a la vera del río, al costado de la monstruosidad de cemento que nos confunde y apaga. Hay un espacio que devuelve nuestros problemas en su dimensión real, la más diminuta, y nos libera la cabeza de ataduras innecesarias. Pero, seguro que la atención quedó flotando en el secreto. Y, claro que sí, hay un pasadizo en él, y ese pasadizo conduce al bosque. Ahí la vida es pura y paralela, ahí el ritmo de la naturaleza reina. Ahí nada interrumpe ni detiene el andar del ipacá o el caer de las hojas como una nevada, continua y perpetua. Ahí no hay miles de munditos que atacan, como guerreros de la confusión, la mente agotada. Ahí se respira lo bueno, lo puro y eterno. Ahí es donde recomiendo hacer la limpieza del alma, ligarla con el universo, desnudarse del enredo, de las conjeturas y supuestos hasta volverse uno con el bosque secreto.
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