El mito azteca cuenta la historia de un pájaro llamado quetzal (la serpiente emplumada) que en el principio más anterior de los tiempos, se robó el fuego y se lo llevó a los cielos (…)
En esta madrugada de tensa calma atravieso el cielo estrellado de Buenos Aires sobrevolando las cabezas de los amantes de la noche y el fuego. Los miro desde lo alto y los veo danzando como animales salvajes en la oscuridad, caminando sin rumbo, sin prisa y sin miedo. Me fascina verlos así, jóvenes y eternos, con la vida hecha un puñado de promesas que les cabe en las manos, con la certeza del momento presente hecho piel y carne, con la risa histriónica que espanta las ánimas en pena.
Alejados de las tinieblas, transitan por las calles de Palermo como quien tiene comprado el Paraíso, y me dejo cautivar profundamente por su paso liviano, su coqueteo con las sombras. Me decido, por fin, a bajar y prestarme al juego. Elijo el lugar que mejor me sienta, que la música y las risas le impriman el ritmo citadino a mis plumas esplendorosas.
Me poso sobre la barra y ordeno una birra helada que degusto paulatinamente en el corredor del patio. Aquí dejo el fuego que me robé para compartirlo con quienes tengan la genuina intención de pasar un buen rato.
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