Mañana es feriado, otra vez, y se asoma en mi calendario paralelo algo parecido a una obligación: salir hasta tarde, dormir hasta tarde. Se desata la lucha que siempre se da en estos casos entre mi cuerpo, cansado, y mi alma, ávida de experiencias nuevas. Sólo una cosa me detiene. Pienso en abandonar mi bunker perfectamente acondicionado a 24 green friendly grados, y lo pienso 2 veces. Sé muy bien que en esta contienda no tengo chances de retirarme triunfadora, el calor espera a la vuelta de cada esquina dispuesto a dar pelea sin tregua.
Ducha helada, vestimenta hiper liviana y salgo con los tacones de punta a romper la noche. O no, más bien que ese no es mi estilo, pero salgo lo mismo, puesto que guardo la ilusa esperanza de ser recibida con fresca piedad en la tierra prometida de las terrazas palermitanas. Grueso error, la ilusión. Las leyes de la física no pueden ser sobornadas, y el aire caliente asciende también en Unicorn, recinto estratégicamente ubicado en el corazón de Palermo, donde me encuentro sumergida, literal.
Esta vez, lo que hace brillar estos valientes cuerpos, valientes porque se resistieron al refrigerado abrazo de los espacios con garantía A.A., no es el glamour sino esas gotitas de sudor que los envuelven.
Sea como fuere, más allá del calor la estoy pasando bien. Unicorn me gusta, me gusta porque al descorrer el telón de terciopelo se extiende un universo finito con aires de exclusividad. Muchachitos bien delgados y no demasiado altos, para no romper el equilibrio forzado al que nos somete el nuevo milenio, muchachitas de lo más modernas y bonitas. Música fresca, cool y un ambiente muy bien logrado que permite elegir entre estar cómodamente sentado, al aire libre o bajo techo, y quien se anime puede bailar en esa pequeña pista de cuadrados de colores.
Tomo distancia y nos miro de lejos y me resulta que todos aquí parecemos como salidos de la foto de portada de una revista que cubre una de esas fiestas top del verano. Visitar Unicorn puede ser un paseo Caras. Nada mal, para nada.
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