Me gusta darme algunos permisos, aflojar un poco la soga y sentirme jugar. Hoy voy suelta, levitando despacito y marcando mi propia cadencia. No comando el tiempo (por ahora) pero sí soy ama y señora del ritmo que le imprimo a mis encuentros con lo que más quiero. Y es por este sencillo motivo por el cual no llego tarde, sino justo a tiempo.
Justo para la canción del ciprés, que me arrastra hasta el bosque, y asumiendo que ese el designio que signa el resto de mi noche, me entrego al ritmo siniestro.
Los chicos tocan rudo su rock psicodélico y se preguntan quién armó este lío, y yo escondo la cabeza como un avestruz, porque no quisiera que vean mi rostro de niña jugando con fuego. Aunque, de este otro lado todavía estamos precalentando y somos apenas un río manso.
El viernes y el calor pegajoso surte efecto, y una parte del público está acomodada en el suelo, apenas moviendo la cabeza al compás.
Suenas sólidos, íntegros, meten una atrás de otra y, sin prisa pero sin pausa, la noche va discurriendo y Thes Siniestros echando su manto sonoro de ritmo frenético sobre todos nosotros.
Suenas sólidos, íntegros, meten una atrás de otra y, sin prisa pero sin pausa, la noche va discurriendo y Thes Siniestros echando su manto sonoro de ritmo frenético sobre todos nosotros.
Si no se piensa en el calor y uno se anima a cerrar los ojos y dejarse guiar, se puede sentir la brisa leve de la risa lisa, el lago y la montaña, y la calidez que da la vieja cabaña. En fin, este encuentro es la versión en vivo del viaje por esa sucesión de paisajes y escenas por las que Thes Siniestros pasean en sus canciones, imprimiéndole ese sello de poesía rítmica y travesía constante que detentan sus letras y melodías.
El bis es estricto, apenas si una canción más. Thes Siniestros han dado un show impecable, y dejan todo listo para lo que está por venir.
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