Aprovecho el rato para dar una vuelta por el lugar, sin detenerme demasiado pero prestando atención paso por la expo de fotos de Aldana B. Espanto y todas me gustan. Pero algo me distrae, una idea que venía subiendo de los pies a la cabeza: las escaleras del Matienzo son desproporcionadas, los escalones son altos pero angostos, y los pasos que hay que dar para subirlos no son regulares y constantes. Y me encanta que así sea, me gusta subirlos y bajarlos, me gusta que aquello que separa un espacio del siguiente no sea completamente predecible y rígido. Da cuenta de la personalidad del lugar, con la me siento muy afín.
Y ahora sí, llegó TOBOGÁN ANDALUZ para entrar en nuestra alma usando de vehículo nuestras 2 orejas. Ellos son, estrictamente hablando, 3, tres seres que se ensamblan de forma perfecta y entregan como resultado de esa comunión melodías que brotan desde el origen mismo del cosmos. Pero, al mismo tiempo, estoy aprendiendo que Tobogán es una ola expansiva que arrastra a todos quienes estén dispuestos a dejarse llevar. Los más valientes usurpan el escenario, asaltan los micrófonos y hacen allí arriba lo que les venga en gana. Y Facu los deja, imagino que será porque sabe mejor que yo que eso también es parte de la esencia.
Atrás de este Tobogán, del que cuando uno se anima y se tira lo reciben giros que dan vueltas y vueltas en espiral, se ve el dibujo de un lobo aullándole a la luna, imagen que me remite a mi costado más animal y primitivo. Y estar acá, pegados unos a los otros, sintiendo que en esa mínima distancia que separa un cuerpo del otro se percibe la luz que cada quien emana, me remite a la idea de unidad, como si estuviéramos todos ensamblados y fuéramos una misma masa humana, dejándose llevar por esas sensaciones viscerales y primitivas, tan intensas e inevitablemente agudas que despiertan las canciones de la pandilla tobogana.
Sin una voz, son decenas de voces. Sin un rumbo cierto, son infinitos los caminos por los que va viajando el show. El pogo es irrefrenable, arrollador e irresistible como la manzana de la tentación. Abandonamos con él el perdón, pero ganamos la vida eterna hundidos en canciones que nos colman y serenan para siempre.
La simbiosis da como resultado un acopio de energía que detona los equipos de sonido, y el final es algo precipitado y resistido. Lo que es imposible es negar que la fiesta de la luces dejó un destello de luminiscencia imposible de borrar.
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