Vengo pensando en el nombre del lugar, que me descola y me fascina, como esas pequeñas cosas prohibidas que traemos de la infancia: las conversaciones de los grandes, los cajones de la cómoda del abuelo o el vestidor donde duerme, silencioso y tentador, el vestido de novia de mamá. Y el zaguán, también el zaguán.
Cientos de zaguanes en mi haber, cuántos diferentes me habré imaginado mientras leía los cuentos que forjaron mi esencia, ese principio donde nace lo que se está por desatar, donde sabemos bien que los gestos de amor valen más por la prohibición que por el placer.
Pero hoy la noche está templada, la luna brilla y mi imaginación descansa lejos. No me figuro cómo será éste, pero secretamente espero poder saborear el dejo de ese significado que detentaron otrora.
Tengo una pesadilla recurrente: Llego a la puerta de Zaguán Sur el día de la FestiPulenta, hay una fila en la puerta y la banda que me gusta ya empezó a tocar.
Pero prontísimo esa pesadilla se transforma en sueño cuando a toda marcha me escurro entre la gente hasta quedar de frente al escenario. Es que necesito llenarme de la música de LAS LIGAS MENORES antes de poder prestarle mi atención a cualquier otra cosa. Vine buscando los prismas musicales para poder descifrar el FestiPulenta, así que araño si apenas los últimos temas, y el bis que no da más de energía.
Su colección de canciones que reúnen desencuentros y anhelos teens, esa millonada de guirnaldas para decorar el vacío, esas tardes que se vuelven negras, esas ganas de recordar de la manera más feliz la fugacidad de lo verdadero. En fin, esa música que sangra con guitarras casi distorsionadas y coros pop para amenizar.
Feliz de haber hecho bailar a mi corazón la melodía que lo vuelve joven y rebelde otra vez, porque me sigo preguntando si está muy mal si ya nada de verdad me importa y me la quedo tarareando porque ahora sí, estoy lista para mi cita a ciegas con el ZAS.
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