En esto pensaba mientras Los Días sonaba bonito en el escenario de La Oreja Negra:
A veces me dejo, cuando estoy distraída (o muy cansada) bajo la guardia y sin darme cuenta relajo los hombros, aflojo la mandíbula y permito que una bocanada de aire nuevo se cuele en mi cuerpo. Y así, en el rato que dura ese trance fugaz libero mi imaginación y pienso en vos y hordas de hormigas, oscuras y diminutas, se me meten adentro. Se me salen por las orejas, bajan desde el cerebro y escapan por la nariz, se vuelven pastosas adentro de la boca, hacen la siesta en mi corazón, arman caminitos que suben entre mis piernas y llevan y traen pequeñísimos pedacitos de hojas verdes a lo largo de mis dedos inquietos.
Se aprovechan de mi distracción porque yo estoy pensando en vos. En tu pelo. En tu pelo buceando en el aire, suspendido, desparramado por cualquier lado, flotando arrogante venciendo las leyes de la gravitación. En tu pelo que es caricia y es castigo, que brota de tu cabeza como tus ideas más hermosas y que a veces, desobediente, se escapa de tu dominio y vuela al compás del viento. Tu pelo que vive feliz por fuera de cualquier convención estética, tu pelo gracioso y trágico, que hace cosquillas y que me duele cuando imagino el frío y a vos lejos.
Pero cuando las hormigas de repente se calman o se escapan (es lo mismo) vuelvo a mí, ahí donde estoy yo, lejos de vos y tu pelo enigma.
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