Clavo el cuchillo en la tierra, hago una cruz de sal y por más irreal que parezca, la leyenda no es mito y el día de tormenta da a luz una noche plagada de estrellas. Así las cosas, urgente juntarse con las Jinetes y salir a cabalgar la luna que aúlla feroz sobre la faz de la tierra. No hay debate al respecto, la opción se impone con total naturalidad: terraza. Se baraja una alternativa, y con eso basta: El Carnal. Hacia allí nos dirigimos, entre risas y pequeñas fábulas, y allí es donde la magia sucede.
El Carnal es un clásico. Se mantiene estoico en el tiempo, en el cual fue construyendo su identidad. En el corazón de Palermo, ubicado estratégicamente cerca de otros recintos de desquite a los que se podría huir si decidiéramos una noche eterna, nos recibe con las puertas abiertas y esa distribución irregular que es marca registrada en los días de verano: una PB casi despoblada, aunque hermosa toda, y una terraza que desborda de jóvenes en pleno éxtasis.
La barra ofrece variedad, calidad y precios razonables, algo no menor si el plan es pasar la noche entera entre amigos, rememorando pero haciendo historia también. El ambiente es cálido y relajado, los que estamos ahí queremos pasar un buen rato, no llevamos pretensiones ni posturas. Las horas se pasan entre cervezas, tragos de la casa, reencuentro con viejos conocidos y malos por conocer.
Sin embargo, hay algo que rompe con el equilibrio: la música. No es que esté ni mal ni bien, no es que tenga ganas de que se haga silencio ni tampoco de que suban el volumen hasta hacer sangrar los parlantes. Sucede más bien que la siento sin identidad. Las canciones se van sucediendo sin un criterio determinado y eso me confunde, quitándole intensidad al momento. Quizás si respondieran a algún juicio, si su orden no fuera tan azaroso, o por lo menos si dejaran librado al azar el orden pero no el estilo...
En fin! Sea como fuere, considero que vale la pena rescatar que más allá de este malestar sonoro, El Carnal sigue siendo de mis bares favoritos de la ciudad. Se queda con un pedacito de mi corazón, por cumplir con la demanda de sencillez y bienestar.
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