Llegué del paseo, me pegué una ducha helada y después por fin me miré al espejo. Ahí los vi: el Lago Escondido, con su transparencia critalina ofreciéndose sin reservas y su profundidad difícil de calcular, con su superficie que es reflejo de todo aquello que lo rodea y su mansedumbre. La orilla del Huapi atrapada en Villa Tacul, coloreada de un verde imposible de describir, ese color que la paleta de ningún hombre podrá jamás imitar.
El lago en mí, atrapado para siempre en las aguas que se agitan atrás de mis ojos. Este, mi mejor souvenir.
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