Vi árboles de los que caían frutos con forma de personas. Yo quise pelarlos y comérmelos a todos, juntar los carozos y plantarlos en el balcón. Todavía el ruido de esa ola que nació y murió en las rocas. Así era cómo se despedía el sol de mi domingo. La bienvenida a la luna se agitaba en el pasaje Soria, en una puerta que crujía para recibirnos. Una pequeña multitud formando una enorme intimidad, que mecía las cabezas apenas bajo el hechicero halo del Botis Cromático.
Y ahora quisiera decir, pero me cuestan las palabras cuando los sentidos apenas llegan a decodificar. Hay recis en los que me salgo de mí y veo a mi cuerpo como un intermediario que quiere vivir adentro lo que afuera le proponen. “Adiós al espectáculo multimedia”, y va cambiándose las medias en esa marea lúdica de música que son sus canciones. Quizás porque hace mucho que no juego sin medir las consecuencias, quizás porque me tomo la noche en serio y me olvido que reír es siempre la mejor solución, quizás porque estar entre la espada y la pared es, a veces, lo que hace falta.
El aire apenas alcanza, pero respiramos notas mientras el bosque estrambótico se muda a Palermo y los brazos son ramas y nos cuelgan hojas de los dedos, que flotan en el aire al ritmo de las cuerdas y entre “Alemanes en Jujuy”, “La casa extraña” e “Historias de barriletes” las medias se terminan pero la medida del amor es inmensa. La sutileza es enemiga de las casualidades, pero sé que despedir un año con este puñado de canciones es buen augurio. Estos son los regalos que el tiempo nos dio.
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