En una noche de viernes en una Buenos Aires que
empieza a envolver con manos frías y negras, Chacarita es el epicentro del
calor. Edgardo
Cardozo convocó a un encuentro, y Santos 4040 está bien
llenito y puntual. Llegué desde Pacífico con la boca hecha de miel, y se me
endulzaron la punta de los dedos, el flequillo, las ganas, el cuerpo todo. En
este estado de dulzor general es inevitable que mi alma dance entre las
canciones de Cardozo
como una abeja en su panal. Y que se ría y se emocione, como quizás también le
esté sucediendo al músico y al público entero, y quizás sea esta breve pero
intensa sensación de verdadera calidez la que haga de esta fecha una especial. Es
mi debut con Seis de Copas en
vivo y en directo, mi debut con el humor diáfano y ese puñado de canciones “nuevas que quiero experimentar”. En un
experimento que funciona tal y como indica el protocolo: todos aplaudimos hasta
que las palmas estén coloradas. Cierra los ojos y abraza la guitarra a su
manera, y parece un cieguito enroscado a su perro guía, un cieguito que se deja
llevar por 6 cuerdas, sin caerse ni tambalear. Pero cuánto talento, cuánta aptitud
y entrega, cuánta pericia en el fino arte de hacer canciones y ejecutarlas a
viva voz con sólo una criolla. Es uno solo, pero suena como un pelotón de
soldados de la canción, entrenados para la milonga, la cumbia, el bolero y el
folklore. La lista, si bien generosa, se desvanece en un tiempo paralelo que
roza lo efímero, y en medio de la ovación Edgardo deja el escenario, y ni bien
se levanta no se las ve ni se las oye, pero estoy segura que un enjambre vino a
buscar las gotas de miel que evapora Edgardo al cantar.
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