“Una linda oscuridad, poética y vital”,
así me presentan la música de Eduardo Herrera, y cómo
negarme a ver de qué se trata eso en el plano del vivo. La cita es un sábado en
El Quetzal.
Llego a horario, tengo tiempo, tengo ganas y buena compañía. La apertura del
show está a cargo de Luciann
Iann, quien sí es una noticia nueva para mí, y resulta de las gratas.
Cables y teclas, muchas, y un ordenador. Todos botonitos y un mic para la voz. Novedad
para mi campo visual y auditivo. Atraviesa la ilusoria línea divisora, baja del
escenario, canta y se mueve. El sonido cobra vida en el movimiento. Se instala
en mí una idea macabra: me gustaría que el lugar esté lleno de drogas de
diseño, aunque no sepa qué son. Me gustaría que haya globos y bombuchas de agua
de diferentes colores. Que haya espejos, también. Que todo se refratce y
rebote. Me gustaría bailar. Sí, me gustaría mucho bailar como si tuviera el
cuerpo lleno de ardillas. Me gustaría que estas sillas vuelen por el aire, pero
en stop motion. Me gustaría que se
apaguen todas las luces, y bailar. Llegar con el cuerpo hasta la música. ¿Se
podrá? Las bases son hipnóticas, profundas. La voz está colocada en un buen
lugar. Las letras se diluyen y cambian de lengua. Creo que por fin entiendo el
concepto de producción musical. El final es tan de pronto que deja con las
ganas, pero en un lindo estado de alerta.
Edu
Herrera llega recitando una de Atahualpa. Pista en el mapa que va a ir transitando. Eso de la oscuridad, era cierto. No encuentro una manera mejor de
describir este sonido. Me seduce la sensación de dejar las canciones al borde
de la explosión, tejer una tensión de thriller
en pantalla 3D, de rechinar de dientes, de fuerza contenida. Me deliro y pienso
que quizás sí, quizás canta como un tanguero, quizás, sólo muy remotamente,
sufre en y de Buenos Aires. Probar, experimentar, hacerlo
diferente. Que una guitarra, una loopeadora y algunos otros artificios alcancen
para que uno solo haga todo este ruido.
No sabría definir al hombre, no sé qué es, pero
estoy acá y pienso, eso sí, en todo lo que puede hacer un hombre solo. Conjugar
la oscuridad y la luz en canciones y con la alquimia del loop dominar el tiempo
un poquito. Ir ensuciando los temas con arte, con mucho disimulo. Era todo
cierto, se trataba de un espectáculo poético y vital. Termina el concierto y me
llevo una idea nueva: Hay canciones que hacen que la oscuridad florezca.
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