¿Cómo habrá sido ver por vez primera a Latino América? Ella toda, entera, desnuda. Esa tierra colorida y fértil, húmeda, una explosión de estímulos, de sabores y por supuesto, de sonidos. Tan vasta, ecléctica, de carácter tan diverso, pero tan carácter.
Es martes en uno de los rincones exactos donde esta tierra infinita no duerme. Es martes, la noche llegó como llegan los rugidos a la selva, previsible pero extraordinariamente. Aquí, la cosa está muy bien. La tarde trajo un reencuentro, y el nombre del lugar podría presagiar en esa serpiente emplumada la raíz del concierto cancionista. Pero quizás sea sólo superstición. Sea como fuere, El Quetzal es pura calidez, también hoy.
Papina de Palma. Ya su nombre anuncia algo, una belleza sonora en la forma en la que se hilvanan las letras y resultan en un ligero enredo de lengua que divierte. Su origen montevideano, también. Un aura de serenidad cubre el escenario ni bien Papina empieza. Una gracia acompaña de principio a fin su show, un sentirse a gusto, un querer tararearla. Sólo con una guitarra y una voz esplendorosa dice en estribillos grandes verdades del amor. No son muchas las canciones que comparte, es más el brillo que deja, el centelleo de lo que seguramente sea su interior. Cuenta vericuetos del disco que está cocinando, a fuego lento y a pulmón. Tan dulcemente dictatorial, demanda a los músicos de la fecha a acompañarla en una canción, que bien podría leerse como una pequeña celebración. Papina se va, dejando huella charrúa que no borra el mar.
Los monstruos se han levantado, Alejandro & María Laura aterrizan directo desde Lima, con una valija cargada de canciones de Paracaídas y Fiesta de los muertos, sus dos placas disímiles donde dejan registrado que no repiten fórmula y no pierden el talento en esa apuesta. Muchísima armonía vocal y una mezcla de géneros dan la trama de su presentación. Hay momento para el piano, para la convocatoria a los invitados, para un cover donde la i latina es la protagonista. Su nivel energético es alto, sus canciones son frescura y amor, ¿qué más se le podría pedir al imperio incaico?.
Cierra Juanito el Cantor, versado productor de la escena y hacedor de esa maravilla que es El sueño de las ballenas. Acompañado en la percusión por Nicolás Soares Netto, se despacha con un cuasi sin fin de universos sonoros, imposibles de etiquetar y clasificar, si bien profundamente abismales y viscerales. Su sabiduría llega desde el Oeste, donde sabemos, está el agite. La molestia de un ruido le permite romper la distancia que imprime el escenario, y nos canta cerquita y certero. Como un experto cazador, lanza sus canciones como flechas, y acierta directo al alma. Ese, su aporte de pampa en este encuentro.
Cierra Juanito el Cantor, versado productor de la escena y hacedor de esa maravilla que es El sueño de las ballenas. Acompañado en la percusión por Nicolás Soares Netto, se despacha con un cuasi sin fin de universos sonoros, imposibles de etiquetar y clasificar, si bien profundamente abismales y viscerales. Su sabiduría llega desde el Oeste, donde sabemos, está el agite. La molestia de un ruido le permite romper la distancia que imprime el escenario, y nos canta cerquita y certero. Como un experto cazador, lanza sus canciones como flechas, y acierta directo al alma. Ese, su aporte de pampa en este encuentro.
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