La puertita al lado del que duerme al amparo de la luna que mengua. Las escaleras hasta el desafío de reconocerte en tu propio reflejo. La casa-laberinto, de espacios y pasillos y paredes que hablan las palabras de la imagen, en cuadritos encerradas. Las ventanas atrancadas, las puertas no. Elegido el habitáculo, los animales se disponen para el cortejo. De repente se abre el techo, y la nieve. Se inicia el ritual. Cuerpos chocándose, moviéndose, gritándose, reptando en los acordes de Las Ligas Menores. Y la nieve que no deja de caerles encima. Veo los cristales de hielo bajando, recorriéndoles el cuerpo, helándoles el instinto que purga por arrasar con todo. El lugar se va tiñendo de blanco, el frío va calando los huesos, la carne, y la piel se nos aja y sangra. Y sabemos bien, está muy mal si ya nada de verdad importa. Pero así estamos, animales plateados brillando en la inmensidad del sábado que no crece.
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