En el camino de regreso a casa, después de haber visitado La Usina del Arte, en el barrio de La Boca, me quedé tratando de traducir en palabras la sensación que me había dejado esa obra monstruosa de 15.000 metros cuadrados con ladrillo a la vista, mármol y granito, emplazada en el clásico edificio de la compañía Ítalo Argentina de Electricidad, construido a principios del 1900.
La palabra que primero llegó a mi cabeza fue “argentinidad”. Es una vez más, como el Teatro Colón, como la avenida Rivadavia, como el tren del Fin Del Mundo y el De Las Nubes, una obra bestial, colosal, conmovedora por su inmensidad y algo pretensiosa, claro está.
La Usina alberga la primera sala sinfónica de la Ciudad con capacidad para 1200 personas, cuyo revestimiento en madera de guatambú es un gusto para los amantes de la arquitectura, y cuenta con otros espacios para espectáculos de danza, exhibiciones de artes plásticas, muestras y exposiciones para diversas intervenciones artísticas.
Recorrer cada uno de sus rincones es un viaje de ensueño, donde se disfruta la fusión de la arquitectura fabril con un diseño moderno e innovador, que permite al visitante anticiparse e imaginar el potencial que encierra este monstruo multicultural.
Cruzo los dedos para que la obra esté definitivamente terminada antes de fin de año, como promete el Gobierno, y que finalmente el arte en todas sus expresiones y en todos sus niveles encuentre un lugar donde expresarse y mostrarnos todo lo que tiene esta Ciudad para dar.
Me quedo, sin embargo, con una pregunta abierta: Será verdaderamente que se abre la oportunidad para que los amantes de la vanguardia y los defensores del under puedan anclar su barca en esta isla y comulguen allí con el arte en todas sus versiones que tanto estiman y asimismo se conviertan ellos mismos en musas que inspiren más y más espacios para los artistas que nutren la cultura y la convierten en algo vivo?
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