El calor constriñe. Esta ciudad marea. Mientras se hace la hora, la espalda apoyada en alguna vereda. Me demoró la calle, me demoró lo ameno de la charla, el vodka con hielo y esa rodajita de limón que no pidió, Oberá y su pañuelo colorado de arabescos paseándose mansamente delante de mis narices. Mi Undiverso se detuvo en este retrato perfecto, pero el reloj siguió corriendo. La Filarmónica Cósmica en el escenario. Entre las paredes y el techo de Vuela el Pez flota la tensión inicial, la que genera la ansiedad por el comienzo. El primer acorde de “La cosecha” la diluye automáticamente.
Con variaciones entre “Tres”, “Las mil y un canciones”, y el disco homónimo del 2009, la lista va modelando la energía a su antojo. Y hay mucha de ésa. Unas clavijas pueden cambiar el destino, y el presente, más que nada. Al fondo a la izquierda alguien comanda las teclas. Del embrujo de su sonido quedo prendada, mientras el bajo y la percusión acaban el fino trabajo de hacer sonar a la banda sensatamente. “Bajón violento” trae un duelo de guitarras digno de comentar. “Hombre de acción” y “Canción triste” van pegaditas, y generan un lindo efecto de sacudón. El cover de Yupanqui devuelve el orden al corazón. Repito fuera de tiempo cada verso, “debería hacerles los coros”, una idea terrorífica que se me mete en la lengua cuando suena “Palomas”.
No somos tantos, pero los que vinimos estamos disfrutando del trabajo bien logrado que habrán hecho probando sonido, ensayando debidamente. Son coherentes: no tengo los pies en la tierra, estoy en una canción. Momento de delirio y baile, “Chick Corea y Ringo Starr”. El final va asomándose, la última es la primera, y al ritmo de “Tres”, quedamos todos felices y bailando. En vivo sucede lo mismo que cuando gira el disco en el reproductor, siento que me estalla el corazón, me estalla el corazón de amor.
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