La tercera vez cruzando la misma avenida entendí que la mística de esa noche estaba despuntando. Entre las cúpulas sobre Yrigoyen vi una luna tan redonda y amarrilla que seguro incumplí las estrictas órdenes de abstenerme de movimientos bruscos. Estuve egoísta y entre el casco y el flequillo, me guardé esa foto mental para mí sola.
Pero antes de entrar a Ladran Sancho hay encuentros que obligan a aceptar la causalidad. Los hijos de los hombres son fieras, o era al revés? Lo mismo da, ese patio que es un pasillo del paraíso está completito. En los rincones hay desparramadas heroínas de carne y hueso, se mezclan entre la gente como si el talento fuera cosa de todos los seres. Seguro los saludos estuvieron de más, pero me gusta coquetear con el coraje de cuando en vez.
El show arranca, Lucy Patané & Marina Fageslo ocupan todo. No ellas, sino su talento que es enorme y se pasea de un instrumento a otro con tanta naturalidad que me cuesta no quedar perpleja, aunque ya debería haberme acostumbrado a la maravilla que es “El Poder Oculto”. Ese disco que me abstengo de clasificar, porque las palabras le quedan chiquitas.
Mundos, como estrellas girando alrededor de un agujero negro. A punto de desintegrarse, pero todavía firmes. Misteriosas, difíciles de explicar, de entender, pero que no reparan en asombro. Cada canción es un aro de Saturno, orbitando a su propio ritmo pero en armonía con el todo. Presentan canciones nuevas, que van en la misma línea. Lucy en el piano, una postal memorable de la noche. Marina con su coreo y el trofeo, haciendo sonidos con sus palmas y el piso. Reversiones de temas de El Tronador que están por superar a las originales.
Un reci sensorial, porque a eso lleva el sonido del dúo. Como cerrar los ojos y sentir que una mano te roza apenas. Una sensación familiar que al mismo tiempo es sorpresa, y que siempre queremos que se repita. Parece que en abril se repiten las Siestas Botánicas. Habrá que estar alerta e ir a buscar el lo-fi experimental de estas jugadoras de primera.
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