miércoles, 9 de enero de 2013

Rey de Copas



Cuando la compañía es grata es sencillo encontrar el lugar propicio para disfrutarla. Y si bien yo misma no podría contradecir tal enunciado, es también cierto que de un tiempo a esta parte me he vuelto más exigente y quisquillosa a la hora de elegir la mejor locación para disfrutar el glorioso sabor del sábado a la noche.
Es que son tantos los días que discurren lentos y monótonos hasta su llegada, cuando las agujas del reloj marcan la medianoche del viernes y entonces esta insípida cenicienta de oficina se transforma en una anónima habitué de los barcitos de moda, que me siento en la obligación de elegir sólo a los mejores.
Claro que no es tarea fácil, ni puedo tampoco decir que en todos los casos me retiro del campo de batalla triunfadora. Mi lado más instintivo me obliga de cuando en vez a arrojarme a la aventura y dejarme guiar por el olfato y la intuición.
Y así fue como di con Rey de Copas, un pequeño paraíso que yace detrás de un estrecho pasillo a la vera de ese río agitado que es Gorriti los fines de semana.  Se trata de una casona transformada en restaurante y bar de tapas, donde ir por un Campari es lo más parecido a tocar el cielo con los manos. En lo que a materia de bares respecta, por supuesto.
Rey de Copas lo tiene todo, sólo que exige suma atención para notarlo. Se trata de un espacio lleno de rinconcitos y de pequeñas sorpresas. Mires a donde mires va a quedar tu mirada suspendida por un rato, descifrando. La búsqueda del tesoro, pero del mejor tesoro, porque los premios son variados: trompetas, espadas, cornos, cofres, tapices, títeres, y ese grafismo en cobre que enmarca la pared detrás de la barra que quita el aliento. La barra hecha de durmientes fue, sin dudas, mi favorito.

 Alzo mi copa entonces, y brindo por las buenas compañías y las búsquedas fortuitas que llevan a buen puerto. Que las que estén por venir corran la misma suerte, y se sumen al mapa que indica dónde amarrar la barca en la próxima navegación.

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