martes, 22 de enero de 2013

Huechulafquen


Ya perdí la cuenta de cuántas fueron las veces que embriagada de éxtasis imaginé hasta el más mínimimo detalle de este encuentro, diseñando en mi mente cada fracción en el espacio como si mi cuerpo hubiera viajado hasta allí para vivirlo.

Largas noches de insomnio combatiendo fantasmas valiéndome tan sólo de esas imágenes como escudo. Un oasis creado por mí, para mí, a donde guarecerme cuando la realidad me obliga a tirar la toalla y levantar bandera blanca.

Vi correr tantas veces las 4 estaciones y yo refugiada al amparo de esa sola idea que todavía no puedo dejar de temblar ante la inminencia del encuentro. Vamos, por fin, a vernos las caras y, aunque el universo es infinito sé que durante el tiempo que dure ese instante  vamos a ser sólo el Huechulafquen y yo. 

Tuve tiempo, preparé un regalo hermoso: un compilado de amores caducos y amantes por venir, de proyectos cumplidos y sueños frustrados, de amor y de odio, de perdones y olvidos, de heridas que sangran y cicatrices desgastadas, de certezas y de incertidumbres, de planes e itinerarios y visiones de futuro.

Lo dejo todito a su orilla, y él arrasa con todo. El Huechulafquen me muestra que andar liviano es el primer paso antes de aprender a volar. 

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