domingo, 17 de noviembre de 2013

Noche azul, primavera y luz


Cada semana tiene su día de lujo. Ese en el que algo se sale de la agenda, y una noche fuera de la rutina puede salvarte por siete días. El ciclo “Analógico” tiene una propuesta inusual para estos tiempos: recordar cómo era la vida antes de la era digital. La tentación mató al hombre, dicen. Yo, que de todas las razas, pertenezco a la de los tentados, me dejo llevar por la grilla y asomo la nariz al lugar para ver de qué se trata la propuesta solista de Fideo. Las expectativas son altas, después de verlo haciendo maravillas en La Familia de Ukeleles, no espero menos.

Espacio37 está en pleno corazón de Palermo, así y todo, después de darle una vuelta a cada rincón, lo siento latiendo con otro ritmo. Tiene su olorcito a estreno todavía, se lo ve acogedor y prometedor. Habrá que estar atentos. Llega la hora, el show comienza. La distancia entre el músico y el público es casi nula, estamos tan cerca de Fideo que nos llega enseguida esa dulzura que destila. Sus temas son una caricia, tal y como me lo imaginé. Las letras de sus canciones son breves historias, suaves y pacíficas. Del amor y los amigos serenos, del mar y del sol. Lo acompaña Juan Nazar en guitarras, y todas esas cuerdas vibran de una forma encantadora, casi de ensoñación. Su camisa hawaina, sus shortcitos, sus zapatillas de lona. Estaremos acaso en una playa del caribe, y no nos dimos cuenta todavía. Estaremos, sin notarlo, viajando en el tiempo hasta la adolescencia más feliz de los jóvenes de antaño. Las expectativas se ríen en el balcón, sabían lo que Fideo traía. Será tiempo de escuchar algo nuevo para mí, porque a veces nos lleva años encontrar a nuestra nueva banda favorita.

La noche está encubriendo una tormenta. Las ventanas abiertas de par en par descubren un árbol que se agita nervioso. Los Tabaleros se acomodan. Llegan las criollas, el bombo legüero y la percusión. Llega el folklore, o lo más parecido a él. Yo me enamoro enseguida de la fuerza de las voces, del buen humor y me contagio fácil de esa cantidad de energía contenida en su sexy huaino. “¡Cómo tocan estos pibes!”, dicen los hombrecitos plateados que viven en mi cabeza. Trato de buscar algo objetivo para justificar mi fascinación. Alcanza cualquier canción de “Lolita” para ello. “El amor no existe”, “Bicicleta”, o la que dio inicio esta vez: “Mi amigo el rey”. Entre un tema y otro cuentan algo, hacen un chiste, se sinceran con el calor. Si yo supiera bailar una chacarera con dignidad, ni lo dudaría. “Jazmin del país” es una fiesta, el final llega anticipado y el bis con “Zorro” nos deja entre risas. Nota mental: buscar un tutorial de clases de danza folklórica, porque el 30 en el Lolita Fest no pienso quedarme sentada.

La primera fecha del ciclo se va, y se lleva dos shows distintos pero intensos. Me quedo con la tormenta por dentro, la de afuera resiste todavía. Pero la historia es siempre la misma, en algún momento, las dos se desatan.

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